Por Marcelo Caruso Azcárate* Especial para PIA Global
Perú y Colombia están en la atención y preocupación de la izquierda y el progresismo latinoamericano. Cuando los líderes [1]de un grupo de origen social, que por años han realizado un trabajo popular, sindical, comunitario o solidario -sin excluir a los guerrilleros de origen campesino-, llegan a la no siempre válida conclusión que deben dar un salto al terreno de la política electoral, comienzan por intentar afirmar el reconocimiento logrado para construir rápidamente un instrumento político que les permita actuar en el terreno de lo electoral.
Una vez parados frente a ese desafío, lo más común -y en principio razonable cuando se tiene consolidado el proyecto político- es que piensen en cómo y con quiénes realizar alianzas para superar la hegemonía histórica que mantienen en ese terreno los partidos tradicionales de las clases dirigente. Y aquí comienzan los problemas de construir alianzas por una meta común con “compañeros de ruta”, como se los llamaba en los años 60 y 70 en la izquierda radical. Se suponía que ellos nos acompañarían por un trecho y luego se quedarían en el camino mientras nosotros avanzábamos hacia la revolución socialista.
Pero con un contexto mundial ya no tan favorable a esa estrategia construida con muchos supuestos y esquemas, hoy ni los aliados se bajan del tren sin antes intentar frenarnos, ni el horizonte estratégico es tan claro para que con ellos no se bajen también esos sectores populares y de clase media que se sumaron a la causa, y que, además, se confundan y asusten los líderes que deberían continuar la marcha.
El gobierno de la Unidad Popular en Chile fue la segunda gesta en Latinoamérica -la primera fue Cuba- donde los aliados llegaban a un proceso donde los hegemónicos eran fuerzas socialistas y comunistas que colocaban las condiciones. Pero en pleno proceso de ascenso revolucionario faltó entender que era inevitable que los cambios generaran una contrarrevolución que desconociera el marco democrático del sistema republicano, por lo que, cuando comenzaron a levantarse los militares partiendo del sur hacia el norte, “ingenuamente” -en política no hay ingenuidades sino errores- se buscó una alianza con la Democracia Cristiana, DC, para sostener la democracia liberal y, de paso, al gobierno.
Esta supuesta y anhelada alianza generó expectativas y visiones que paralizaron la respuesta popular y revolucionaria. Recuerdo a los líderes comunistas esperando el resultado de las negociaciones, a algunos líderes socialistas que echaban balas por la boca, pero perdidos y alejados de la gente, y a los compañeros del MIR, que tenían una pequeña fuerza militar que podía hacer la diferencia en esos momentos de debate interno en los militares, diciendo que no habría golpe porque Allende negociaría con la DC y el proceso se frenaría. No faltaban los que decían convencidos que en Chile el ejercito era respetuoso de la Constitución, algo que recordaba como su gran aprendizaje el gran pensador chileno Hugo Zemelman, sobre el cómo abordar una realidad históricamente cambiante, con las herramientas teóricas del pasado. El intento frustrado del gobierno de realizar esa alianza les sirvió a los golpistas para ganar tiempo y controlar el debate interno en el ejército, y a la Unidad Popular le implicó no movilizar a tiempo sus fuerzas y los recursos para defender a su gobierno.
Como era esperable, la DC realizo un acuerdo de clase con los militares y se silenció frente al golpe esperando le cumplieran con una rápida salida electoral -sin la UP-. Pero olvidó -ellos también se equivocan- que los fascistas no le cumplen ni a su propia clase, por lo que terminaron marginados de ambos bandos. Frente a esa equivocada cadena de visiones políticas, los únicos que lograron reaccionar en forma aislada fueron obreros, estudiantes, pobladores y campesinos, todos de izquierda y revolucionarios, que rápidamente fueron aplastados.
Cómo dice el analista mexicano Daniel Martínez Cunill, “la fortaleza de los triunfos electorales debe traducirse en una convocatoria a la movilización social combativa y participativa que gane las calles, que exija referendos, Constituyentes, consultas populares y delegación de espacios de poder a los Movimientos Sociales y a la población empoderada. La disputa por la hegemonía no se difiere de manera superestructural, hay que llevarla a las bases. Si no se comprende esto, los proyectos progresistas están condenados a fracasar si se encierran en la legalidad que les permitió el triunfo electoral.”
La mirada histórica de la política de alianzas
Se entiende que las alianzas políticas se realizan entre proyectos que expresan diferentes intereses de clase, pero que se unen frente a puntos de interés común, o enemigos comunes (fascismos, oligarquías agrarias y financieras, derechas regresivas militaristas), y son de carácter táctico y transitorio. Mientras que el Frente Único, concebido como articulación federativa estratégica que se ordena por un programa común, se realiza entre fuerzas que comparten un marco de clase e ideológico de mediano y largo plazo. De esto saben mucho los parlamentarios, que se unen en bancadas como parte de un frente común, y realizan alianzas temporales con otras bancadas frente a algún proyecto de ley en el que coinciden.
Anteriormente a estas revoluciones y gobiernos progresistas, la izquierda comunista y socialista realizaba alianzas con partidos liberales que, una vez en el gobierno, les incumplían lo pactado y hasta en algunos casos los terminaban reprimiendo.[2] En su política de alianzas oscilaron entre el sectarismo, que impidió en Alemania la alianza con la socialdemocracia para enfrentar electoralmente a Hitler, y el llamado “seguidismo” -adaptación- frente a sus aliados democrático burgueses; pero su más grande incomprensión de la política de alianzas en América Latina, fue frente a los nacionalismos populares surgidos después del fin de la Segunda Guerra Mundial, a los que confundieron con el nacional-socialismo fascista, sin entender que expresaban un antimperialismo naciente que se extendería por el continente. Nasser en Egipto, Vargas en Brasil, Perón en Argentina y de allí en adelante procesos desiguales que fueron desde un Rojas Pinilla en Colombia hasta un Velazco Alvarado en Perú, todos marcados por militares con pensamientos e intereses políticos que escapaban al control directo de las oligarquías nacionales.
El no realizar una correcta caracterización del aliado, otro aspecto clave de la política de alianzas, llevó a los comunistas a enfrentar a Perón en las elecciones de 1946 y a votar por Tamborini, candidato de la Embajada de EEUU y la oligarquía. Y en ese mismo año, en Colombia, enfrentar la aspiración presidencial de Jorge Eliécer Gaitán y aliarse con el candidato más conservador del partido liberal, división que permitió el regreso del conservatismo al gobierno. Este desafío de comprender las alianzas y al aliado también afectó a los sectores tradicionales socialistas, que en Argentina se integraron al peronismo y en Colombia al liberalismo, sin lograr mantener su independencia política; fenómeno que hasta el día de hoy afecta a la izquierda radical de Argentina, que no logra comprender cómo se realizan las alianzas con los sectores antimperialistas y también los frentes comunes con los sectores anticapitalistas que hacen parte del movimiento peronista.
El surgir de gobiernos progresistas y de izquierda en Latinoamérica y el Caribe, generado por los grandes descontentos sociales frente a los impactos del modelo neoliberal, llevó a que las fuerzas progresistas y de izquierda pasaran a ser mayoritarias -que no es lo mismo que hegemónicas- en el momento de construir alianzas con los sectores democráticos de las frágiles burguesías nacionales. Sin embargo, como estos sectores cuentan con acumulaciones económicas y financieras nacionales e internacionales superiores, a las que suman aceitados aparatos clientelistas, los líderes progresistas y de izquierda siguieron enfrentando las alianzas partiendo de una relación de subordinación, sin comprender que las cosas estaban cambiando. No han entendido que son ellos los que ahora se acercan a nosotros buscando alianzas, y que esa supuesta relación desigual de poder se genera por no incluir entre sus acumulados a las fuerzas sociales y políticas que generan el pueblo organizado, movilizado y empoderado, capaz de paralizar la economía capitalista con sus estallidos que recorren el continente.
En el caso de Colombia, esto se expresó en las continuadas jornadas del Paro Cívico Nacional de 2021 y anteriores, que fueron antecedidas y continuadas por las movilizaciones indignadas en Chile, Ecuador, Honduras, Puerto Rico y Haití, para citar las más significativas.
A esta persistente dificultad de las fuerzas de izquierda y progresistas para entender a qué lado está favoreciendo la asimetría de poder en el momento de realizar la alianza, se suma el que los ideólogos del sistema han comprendido esa debilidad y la aprovechan para inducir-desde antes del posible triunfo electoral- la construcción de alianzas que les permitan penetrar sus nacientes estructuras políticas y coaliciones electorales. Lo hacen permeando la construcción de listas parlamentarias que llevan ya instalado el virus del contradictor sistémico, como sucedió en Honduras y con variantes sucede en Perú; o como se avizora en Brasil y posiblemente en Colombia, colocando una vicepresidencia que les asegure la continuidad en caso de poder destituir a la/el presidente elegido. Otra variante es la del Chile de hoy, que en segunda vuelta se arriman al posible triunfador para instalar ministros que, en lo inmediato, serán la garantía de continuidad de la estructura económico financiera del modelo neoliberal, permitiendo solo algunas reformas sobre estructuras muy cuestionadas, como las pensionales.
¿Cómo entender y confrontar los ataques?
Una vez derrotados los candidatos del sistema, a pesar de sus fraudes y amenazas de todo tipo, la estrategia parece comenzar con rodearlos de aliados (enemigos) parlamentarios pero también empresariales y financieros, que presionarán para que lleven adelante el trabajo sucio de contrarreformas que ellos no pueden hacer sin estallidos sociales, como hicieron con las medidas neoliberales que terminó llevando adelante Dilma Rousseff en Brasil, o las regresivas negociaciones de Alberto Fernández con el FMI en Argentina; para luego, aprovechando su desprestigio, someterlos o destituirlos.
Algo parecido, pero más acelerado sucede en Perú por las vacilaciones de Pedro Castillo y las ambiciones de poder de las mafias del fujimorismo. Al decir de Martínez Cunill, allí la única y urgente alternativa es acudir a una grande movilización social que detenga el derrumbe de su gobierno: “En lugar de construir Castillos en el aire, la izquierda peruana está desafiada a encontrar la manera de consolidar un nuevo sujeto histórico -latente en el país- para impedir la derrota y poco a poco edificar desde abajo un nuevo sistema. Deben evolucionar hacia la legitimidad, que emana del respaldo mayoritario de la población y que reclama generar otras fuentes y otras formas de poder.”
En la mayoría de estos gobiernos progresistas -anteriores y actuales- la iniciativa de la reacción contrarrevolucionaria se realiza aprovechando la confusión de los sectores populares y de trabajadores frente a las concesiones de los gobernantes que han elegido, a la cual ayuda mucho la decisión de estos de no convocarlos para la confrontación sistémica, por miedo a ser sobrepasados. Xiomara Castro, con toda la complejidad de las luchas políticas al interior de su partido Libres, mostró que enfrentarlos convocando a sus bases los paraliza, aunque sea temporalmente. Fue también lo que hizo Gustavo Petro cuando lo quisieron tumbar de la alcaldía de Bogotá, convocando a un Cabildo Abierto permanente frente a la plaza central, lo cual le permitió revertir la amenaza por los miedos que se generaron en las elites dirigentes. Su error fue levantar la protesta cuando logró el objetivo, lo que le quitó fuerza para lo que sería su primera campaña presidencial. Experiencia a recuperar y repensar en esta fase de construcción de alianzas que permitan el triunfo sin perder los principios en el intento.
La garantía para que aliados mal seleccionados no logren pervertir los objetivos del Pacto Histórico, PH, requiere que en su interior se fortalezca un Frente Único, Amplio, Federativo que, superando la alianza política transitoria que marca una coalición electoral, se vaya construyendo como un proyecto estratégico social y político que no dependa de los resultados electorales inmediatos. Y esto sólo se logra con un democrático debate al interior del PH y convirtiendo la campaña electoral en una movilización que construya poderes locales, para lo cual, la acción coordinada de las organizaciones de izquierda agrupadas en la “Multilateral de Organizaciones Políticas y Sociales”, y la presencia de Francia Márquez como vicepresidenta con el aval del Polo Democrático Alternativo, será la llave de la legitimidad y la continuidad del proyecto transformador.
Todo gobierno progresista y de izquierda que se logre conquistar en esta fase, marcada por la gran necesidad del imperio norteamericano de afirmar su hegemonía continental, tiene que tener claro que será hostigado desde el primer día de su gestión. Le buscarán su lado más débil, por lo general los aliados de último momento dispuestos a abrir brechas que ensucien la gestión y la vinculen a corrupciones, buscando así alejarlo de la confianza de sus electores para luego golpearlo con más facilidad. Mas aún en Colombia, donde se deberá tener claro que la derecha en la oposición no aceptará la derrota y se trasladará hacia la subversión del orden constitucional; y para ello es de internacional importancia fortalecer la CELAC, las relaciones con los movimientos y gobiernos del mundo que impulsan salidas alternativas a la crisis del neoliberalismo, y rechazan sus intentos de recomposición a costa de los de abajo, de su desempleo, hambre y perdida de sus derechos conquistados.
La más importante alternativa de resistencia y contraofensiva de estos gobiernos, partidos y frentes amplios que los apoyen, será seguramente la relación de poder que genere el pueblo movilizado, por lo que tendrán que instalar un tipo de gobernanza basado en un permanente estado de consultas apoyadas en la democracia directa, lo que permitirá que los proyectos que se lleven al Congreso y los decretos presidenciales que correspondan, sean precedidos de amplios debates previos y movilizaciones multitudinarias. Precisar el programa productivo a partir de la propuesta económica, financiera y ambiental, deberá ser el primer gran debate a realizar, comenzando por el tema de la deuda externa, como realizó en sus inicios el gobierno de Correa en Ecuador. Serán muy importantes las experiencias cogestionarias con las comunidades –difundidas como material de formación- que sustituyan las funciones tradicionalmente exclusivas del Estado; lo cual puede extenderse con formas democráticas de autogestión en las comunidades territoriales, productivas, étnicas, educativas, culturales y otras, para el fortalecimiento y conservación de sus espacios de vida. En esta perspectiva, tendrá una función primordial la capacidad de comunicación e innovación social creativa y empoderada, contando con el apoyo del Estado, pero respetando la autonomía e independencia de los trabajadores, pueblos, comunidades y organizaciones de la sociedad civil popular. Todo esto y mucho más, acompañado de experiencias de promoción de la economía popular, social, cooperativa y solidaria, que se basen en el trabajo por cuenta propia de la mal llamada economía informal, junto con una campaña regional para proteger y restaurar los bosques amazónicos, basada en los saberes de sus habitantes ancestrales.
Ningún país ni gobierno podrá confrontar solo y aislado los ataques que ya se le anuncian, como es en Colombia con la “Clausula Petro” que suspende todo contrato comercial e inmobiliario firmado en caso de que el PH gane la presidencia. Y la forma para que esto no se transforme “en un ataque de nervios” de los gobernantes -que los lleve a vacilaciones-, pasa por impulsar y promover la urgente organización de poderes locales y nacionales que les mantengan un cable a tierra conectado con la voluntad de vida digna que mueve hoy a los pueblos, comunidades, trabajadores y a las mujeres y jóvenes del continente.
Notas:
*Investigador social colombo-argentino.
Referencias:
[1]No se incluye a las mujeres pues el fenómeno es en su gran mayoría masculino, patriarcal
[2]Se conoció como la época de los Frentes Populares, que tuvo en Chile su expresión más importante con el gobierno de Pedro Aguirre Cerda