¿Por qué hay políticos que aman la guerra?

Por: Otra República

Le urge a Estados Unidos encontrar una nueva misión para sus fuerzas militares. Las razones para ello son complejas y complicadas, pero las muestras son contundentes e incontestables. En el fondo, es la misma y vieja historia de siempre: el negocio. Sea amenazando a Venezuela, moviendo la naval hasta el Mar de China o manteniendo incomprensiblemente sus tropas en Medio Oriente, el triunfador de la Guerra Fría alimenta un monstruo insaciable cuya representación más gráfica es una figura geométrica, y cuyo nombre más reconocido es el «complejo militar industrial».

Fue Sean McFate, en su libro The Modern Mercenary: Private Armies and What They Mean for World Order, publicado por la Universidad de Oxford, de los primeros valientes en constatar que, las guerras en el mundo son perpetradas por compañías listadas en la Bolsa de Valores de Nueva York, haciendo de la aparición de un conflicto un juego especulativo de sus valores y una poderosa fuente de ingresos, abriendo todo un nuevo campo de análisis a cómo se planean y ejecutan los golpes militares. De haberse perpetrado la invasión a Venezuela, por recrear un escenario hipotético, por parte del gobierno Trump, desatando una guerra por todo Sudamérica, un ávido deseo por las acciones de las empresas contratistas militares se habría despertado, enriqueciendo en un santiamén a un puñado de poderosos empresarios. Evidente; pero es de aclarar que, el simple anuncio, genera similares reacciones en los mercados. La expresión «juegos de guerra» nunca fue tan exacta.

Sean McFate
Sean McFate

Blackwater Worldwide (hoy Academi), Triple Canopy y DynCorp International son negociantes de la barbarie: personas jurídicas reclutando mercenarios y unidades paramilitares, con tal llevar a cabo las labores que antaño eran responsabilidad de la fuerza pública. Conductores colombianos terminaron asalariados de estas empresas en la Guerra de Irak, como en su momento compartió Gustavo Petro. Organizaciones económicas desatadas de las leyes del derecho internacional, pero funcionales, por completo, a las leyes del mercado bursátil, actuando en las sombras del aparato jurídico global, mientras engrandecen los balances de los gigantescos conglomerados, cuya tinta en los cheques tienen la capacidad de inundar de sangre porciones inmensas de la Tierra.

En nuestro tiempo, la guerra privatiza los ingresos, socializa los gastos y democratiza el horror. Cualquier choque de fuerzas castrenses produce flujos de caja para estas corporaciones: gastos en dotación, movilización, equipamiento; financiados todos ellos con recursos públicos, convirtiendo a la firma del contrato con el Estado en su operación más rentable. La tinta aún húmeda va generando valorizaciones, incrementos en sus perspectivas a corto y largo plazo, pero sobre todo futuras plusvalías del capital (ventas de acciones de las empresas que están prácticamente libres del pago de impuestos). Jeremy Scahill tiene un libro («Blackwater: El nacimiento del ejercito de mercenarios más grande del mundo») cuyo título realmente lo dice todo. La conflagración marcial contrae un abanico de posibilidades financieras: expansiones, fusiones, adquisiciones, las que se movilizan a velocidades alucinantes. Según McFane, en un artículo realizado para VICE:

DynCorp International ofrece un amplio rango de servicios y en 2013 ganó más de tres mil millones de dólares en ingresos según su informe anual. En la última década, DynCorp y sus subsidiarias fueron adquiridas por Computer Sciences Corporation (CSC), que la fragmentaron y luego la vendieron a Veritas Capital Fund, una firma de capital privado. En 2006, la compañía salió a la Bolsa de Valores de Nueva York bajo el símbolo de DCP, y cuatro años después fue adquirida por otra firma de capital privado, Cerberus Capital Management, por 1.5 mil millones de dólares. Las fusiones y adquisiciones son muy comunes en la industria militar privada. Después de los tiroteos de 2007 en Bagdad, Blackwater se rebautizó como Xe y luego nuevamente como Academi. A principios de 2014, Academi fue adquirida por Constellis Group, un grupo empresarial que se alimenta de capital privado y que también incluye a su antiguo rival Triple Canopy. La compañía militar privada ArmorGroup Internacional estaba listada en la Bolsa de Valores de Londres en 2008 y después fue adquirida por G4S, una de las firmas de seguridad más grandes del mundo, con operaciones en más de 120 países.

CNN Photo

La existencia de un fuerte lobby empresarial, enriquecido por contratos multimillonarios (el presupuesto de Defensa de Donald Trump es de 700 mil millones de dólares) vive en afanosa búsqueda por el nacimiento de estallidos bélicos en territorios alejados de su país, siendo esa la principal razón para ir a la guerra con Venezuela, Rusia, China, o con el país que sea. Es, el complejo militar industrial de Estados Unidos, del que el expresidente Eisenhower tanto advertía que se debía controlar, uno evolucionado hasta transformarse en un sector de negocios de Wall Street, lucrándose con contratos para desarrollar conflictos bélicos, a la par de ir enriqueciéndose con los meros anuncios de ellos a través de la especulación. Un principio fundamental ya esbozado del negocio es librar luchas fuera del territorio propio, en países como Siria, Iraq, Afganistán, Venezuela y, por supuesto, Colombia. De efectuarse en el propio territorio, asesinando a sus nacionales, se perdería todo el apoyo público y se haría muy difícil su declaración y uso de recursos públicos. Que otros pongan los cadáveres para que unos se beneficien con los capitales.

¿Qué pasa por la cabeza de un inversionista cuando el gobierno de Estados Unidos se enfrenta con Rusia o Venezuela verbalmente, proyectándose una conflagración bélica mayor? ¿Es ilógico creer que estará él interesado en comprar acciones del sector? ¿Qué pasó con los precios de las acciones ligadas al Pentágono cuando Obama calificó a Venezuela como una amenaza para su país, a través de un decreto que históricamente ha antecedido una invasión? ¿Cuándo Trump se movilizó hasta casi hacerla realidad apoyado por el uribismo en Colombia? A estas buscadores de rentas la paz no les sirve y las guerras abultan hasta el paroxismo sus cuentas corrientes.

Schuman Xi y Putin
Vladimir Putin y Xi Jinping

Los economistas estudian el mundo a través de los incentivos. También los investigadores criminales. Fuerte conjugación de ambos acá hay: al Estados Unidos inventarse una guerra con Rusia, con Venezuela, con China, con Siria, al interior de Colombia, con cualquiera, dejan miles de millones de dólares en los bolsillos de unos pocos negociantes. Entre más grande sea la guerra, más riqueza para estas poderosas empresas. Esto es, en el sentido más estricto de la palabra, simple y llanamente, un análisis de un negocio totalmente alejado de posturas políticas. Un negocio, por supuesto, bastante criticable, pero que hoy mueve toneladas de dinero y que está liderado por unas organizaciones inescrupulosas, pero el que nunca se va a vencer hasta dejemos atrás la inocencia al analizar el proceso dominando la toma de decisiones en ese campo.

La relación de política y guerra a nivel global es obvia: siendo que, las declaraciones de conflictos armados de gran calado deben ser realizados por los legislativos en la gran mayoría de países democráticos occidentales, la estructura guerrerista se ha armado de un fuerte grupo de presión, encargado de patrocinar políticos a ambos lados del espectro, con descomunales cantidades de dinero. En Colombia, por traer a la memoria un ejemplo diciente, el Plan Colombia, apoyado por el Partido Demócrata y el Partido Republicano de los Estados Unidos, hizo al país firmar contratos con empresas como Military Professional Resources Inc. (MPRI) y DynCorp, por 635 millones de dólares al año, para entrenamiento de militares nacionales.

Wall Street
Wall Street

Lejos de haber sido las únicas. Fernando Montiel repasa algunas de ellas…

Lockheed Martín colabora con sistemas de radar de alerta temprana para mejorar las tareas de la aviación P-3 AEW (para guerra antisubversiva) actualizando cuatro radares APS-138 en radares APS-145. Todo esto con un valor de 68 millones de dólares. Por su parte, Ayres Corporation no se queda atrás y pone su grano un arena por 54.5 millones de dólares: fue contratada para optimizar en aparatos OV11, los aparatos OV10 de la fuerza aérea colombiana y para modernizar los programas interdiction aircraft, A-37, OV-10 y Tucán. De los 54.5 millones, 20 fueron para la adquisición de una nave Ayres S2r T-65 para la dispersión de herbicidas, nave que dicho sea de paso puede servir para llevar a cabo operaciones de guerra química con defoliantes. Para operaciones menos encubiertas como en las que sería utilizado el aparato de Ayres Corporation, Bell Helicopter Textron facilitará a los cuerpos de seguridad colombianos 42 helicópteros Huey II equipados con un motor T53 para mejor desempeño a gran altitud a cambio de 75.6 millones de dólares…

El contexto que otorga Renán Vega Cantor es tan contundente como depresivo: «El Plan (Colombia) fue elaborado en los Estados Unidos; tanto, que su redacción original fue en inglés. Y en su aprobación desempeñaron un papel principal los productores de armas y artefactos bélicos, puesto que ellos serían los principales beneficiarios, como en efecto lo han sido, de la “ayuda” militar «. El análisis concluye en una sensación de dolor e indignación: los dineros entregados a Colombia, como parte de la ayuda, nunca ingresaron al país. El Plan Colombia fue una inyección de capital al complejo militar industrial del propio Estados Unidos, uno que los nacionales del país al norte de Suramérica pagarán durante generaciones, a través de la deuda externa. ¿Por qué un gobierno representante de los intereses de los colombianos firmaría algo semejante, tan aberrante?

Nicolás Maduro
Nicolás Maduro

Duele en el alma recordar el haber escuchado al expresidente Juan Manuel Santos decir, en pleno acto de conmemoración de la firma del tratado bilateral con los Estados Unidos, que “hoy es un día para agradecer. Hoy vuelvo a Washington para dar las gracias al pueblo y al Gobierno de los Estados Unidos por el apoyo que han dado a Colombia en los últimos 15 años, y para proyectar nuestra cooperación en los años que vienen”. ¿Cooperación? Con todos las pistas recogidas del crimen organizadas sobre la mesa, es que se entiende a cabalidad la famosa frase del mandatario cuando se calificó a sí mismo como «pro Estados Unidos».

¿Es descabellado concluir, a pesar de producir un dolor enorme, que los políticos colombianos apoyando y aclamando la guerra en el territorio nacional, son financiados, tal y como se financia a los políticos de los Estados Unidos, por el aparato militar y las empresas que cotizan en bolsa? El uribismo se va lanza en ristre en contra de todo Colombia y la región, en temas como el proceso de paz, las fumigaciones y la invasión a Venezuela. No es por ignorante el por qué de su quehacer, es por negociante; pareciera. Jorge Robledo, senador colombiano, lo decía con brillantez hace unos cuántos años atrás: a ellos les va bien, mientras al país le vaya mal. Condenar a sus nacionales a la barbarie de la guerra, para ellos mudarse con una visa a la civilización, al mundo desarrollado, con una cuenta bancaria abultada, es un crimen imperdonable y una traición que debería ser inolvidable.

AUV
Álvaro Uribe Vélez. Foto: Platon
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