Descubriendo LA FRANJA, en el municipio de Pulí, Cundinamarca
Por Eduard Currea
Es de noche y conversamos sentados sobre el andén detrás de la cancha del colegio Bravo Páez, ya dejamos todo guardado en casa de Chana y el parque público quedó impecable. Se intercambian palabras disfrazadas de esa seguridad que da el cumplir las expectativas de lo propuesto en lo inmediato, reímos alto y en las ventanas cercanas se asoma una cabeza escondida tras una cortina, nos ponemos de pie dirigiéndonos nuevamente al parque para contemplar una vez más la obra, Chepe me pide ayuda para templar la malla de voleibol que pusimos ayer como bandera de nuestra acción, pues, la cancha de voleibol estaba tan abandonada que nunca tuvo malla, ahora quedó puesta como bandera de nuestra presencia, la noche avanza y nos despedimos con ella, estamos en el barrio Quiroga defendiendo la propiedad pública y colectiva.
Días más tarde, un pocillo con café humeante calienta mis manos la mañana de llovizna, el repique de las gotas en el techo hace un particular sonido creado por un efecto entre las tejas y las paredes de este pequeño sitio, proyectado como la Biblioteca Comunitaria Gonzalo Bravo Páez: pocos metros suficientes para albergar un computador, dos escritorios, cuatro sillas, unos estantes llenos de libros, algunos humanos y un par de perros de vez en cuando. Dejo en uno de los escritorios el pocillo buscando el acomodo en la silla, me cuentan que desde hace una semana la mafia de la Junta sabotea el trabajo hecho en el parque con la comunidad, tumban constantemente la malla, les digo entonces que no trabajaré más porque eso sea parque o parqueadero; no obstante, también me cuentan que hay un proyecto en un terreno rural, para empezar desde cero y que ir a conocer el lugar es lo primero, me invitan y acepto.
Tras unas semanas es medio día y ya estamos camino al territorio. Conversamos sobre el andén, frente a la facultad de Ciencias Humanas de la Universidad, la carpa amplia en la chaza de un amigo nos cubre del sol radiante, es la hora de mayor movimiento y van llegando al punto varios conocidos.
Cuando ven al lado nuestro dos carpas y tres maletas de viajeros con todos los bolsillos llenos, uno a uno nos hace la misma pregunta:
¿A dónde van? e igualmente se sorprenden cuando contestamos a cada uno de ellos:
– ¡No sabemos!
La ruta es tomar la flota hacia la capital de la provincia del Tequendama y de ahí en adelante No sabemos – respondemos. Al rato, del interior de la facultad se acerca Chana, al parecer le fue bien en su diligencia pues lleva una felicidad poco disimulada, cuando llegan otros conocidos le preguntan a ella ¿A dónde van?
– Dónde mi abuelo. Contesta ella con firmeza.
Horas más tarde un ocaso naranja pinta el paisaje y bajamos por la pendiente plana en el municipio de La Mesa, dice nuestra compañera que debemos bajarnos saliendo del municipio por la vía a San Joaquín, pues la flota iba hasta Quipile. En la parada del casco urbano se bajaron la mayoría de pasajeros, les seguimos, es un final de día caluroso y me dirijo a una tienda de abarrotes para comprar unos útiles de aseo y medio litro de brandy, cuando vuelvo la flota ya casi arranca y noto que los únicos pasajeros somos nosotros, destapo el brandy y hacemos un brindis, bajamos la tensión entre risas, así como también bajamos de altura en una ruta llena de curvas. Es de noche y se ven puntos de luz dispersos mientras bordeamos el cerro en descenso, una recta nos espera no muy lejos y al final de esta dice Chana: ¡Bajémonos!
Tras la rendija en un portón grande de metal grita ella: ¡Bueenaaaas! y al instante nos contesta el ladrido de los perros desde adentro. Allí la luz está encendida y permite ver la silueta de un hombre que se acerca, ¡Hola tío!, dice ella y el hombre tras pocas palabras y una actitud un poco seria, nos abre la puerta. La oscuridad deja distinguir un camino entre piedras grandes por el que bajamos unos pocos metros hasta llegar a la casa, allí nos reciben el comedor y la sala que están al exterior, una mujer mayor sale de la cocina que está a un lado y saluda indicándole a la compañera que su abuelo está acostado pero que ya lo llama, a su vez, nos invita a descargar el equipaje y a sentarnos en el comedor. Así lo hacemos y noto que todo está perfectamente ordenado, no hay muchas decoraciones a excepción de unas cuantas estatuillas y cuadros de la virgen, alguna cruz en las paredes y frente al comedor una foto del papa católico y un cuadro enmarcando el logo del partido conservador.
El tronar de los grillos camufla nuestro silencio unos minutos, hasta que de una de las puertas laterales sale un hombre longevo, sonriendo y sosteniendo un bastón a paso lento. Nos saluda y con especial afecto a su nieta; de inmediato noto una gran lucidez en los ojos detrás de sus gafas, se sienta con nosotros indicándole a la mujer que por favor nos sirva sancocho, entonces Chana se adelanta diciéndole a su abuelo que estamos bebiendo brandy, el hombre sonríe con cierta complicidad afirmando que cuando él era joven también le gustaba tomarlo con leche, pero aunque ya no toma dice que nos acompañará hasta que lo acabemos; hacemos otro brindis y entonces sentencia el abuelo : “ ya se para que vinieron… les voy a contar la historia de ese terreno… hace años tuve una finca en la vereda la Quina del municipio de Pulí, posteriormente la vendí y una parte me la pagaron mediante decisión judicial con ese terreno, queda en la vereda La hamaca, en La Samaria, sobre la carretera que va a Jerusalén, abajo de un caserío llamado Palestina, allá deben ir y a buscar un hombre llamado Parmenio, dirán que van de mi parte, él les indicará cuál es el terreno, muchos dicen que allá no se puede hacer nada, pero a ustedes les veo ganas”. Se termina el brandy y pasamos la noche en una de las habitaciones. Es temprano y luego de desayunar y despedirnos, estamos en la carretera esperando un transporte que va en dirección de San Joaquín a la Virgen, allá esperamos tomar flota hacía El Retiro, según las instrucciones que nos dio el abuelo. Ya había salido la flota y decidimos continuar caminando hacia el occidente de Cundinamarca e ir a descubrir el territorio de don Alfonso Beltrán y hacerle homenaje.
Otra patria de destino… La Franja entre Jerusalén y Palestina
Caminamos en descenso a San Joaquín, como media hora más adelante de camino un Jeep Willis cargado de bultos y gente nos pita: ¿A dónde van? Al Retiro. Voy solo hasta la virgen. ¿Cuánto? No súbanse y después hablamos. Y así lo hicimos entre la carga y la gente nos abrieron espacio. Llegamos a la Virgen y por cómo íbamos cargados o quizá por nuestra conversación, nos cobraron un precio irrisorio por ese transporte de La Mesa a La Virgen.
Nos dicen que siguiendo a paso de campesino no estamos a más de tres horas del Retiro, les creemos, continuamos a pie y media hora después nos enteramos que se trataba de escalar el cerro del limón, enfrentando una montaña pendiente de la gran cordillera oriental; íbamos por demás cargados con el peso de equipaje, con carpas ropa y menaje, con todo, subimos por más de una hora sin parar por una carretera entre cañaduzales, hasta que esta se bifurca en un punto, un camino iba recto y plano, y el otro continuaba el ascenso en una pendiente aún más fuerte, de este último venía un caballero campesino de la región, bajaba en su caballo arreando una mula con una carga de yucas, nos saludamos y ante nuestra duda por la ruta, nos hizo saber que el camino recto en descenso iba al Retiro, pero que, sí queríamos llegar pronto a Palestina, el camino corto era por esa subida, le creímos al hombre y seguimos cuesta arriba ya pasando el medio día, el campesino amablemente nos deseó buen camino y al rato, más arriba, vimos con sorpresa que subía a alcanzarnos con alegría.
Llegó delante de nosotros, se detuvo apeándose del caballo e inmediatamente nos ofreció su mula para llevar el equipaje, sin pensarlo transferimos nuestras cargas al lomo de la mula, el hombre monto su caballo y empezó a arrearla hacia arriba, les seguimos con entusiasmo, más descansados y a paso ligero continuamos el ascenso. Tras un par de kilómetros y una curva llegamos a la cima, al lado del camino están las viviendas de las fincas y de la más grande nos llega el sonido de música y algarabía, era sábado y la gente de la vereda celebra jugando tejo y tomando cerveza, nos saludan amablemente y por decencia nos tomamos una, continuamos, ya en un tramo plano y a no muchos metros el hombre se detiene, soy Carlos y aquí vivo, dijo y nos invitó seguir a una casa antigua y de patio grande, con muchas piezas, que ocupaba como cuidandero; descargamos la mula en el patio y en la sombra descansamos, mientras el aviva un fuego de su hoguera y dice que nos invitará un bocado y hasta nos ofrece un vaso lleno de chirrinchi, el trago casero elaborado con la caña de la región, que él tenía guardado con alguna devoción. Cocinamos, almorzamos habichuelas, arroz y frutas abundantes que recogimos de los árboles que él tenía en su solar; en el reposo observamos detenidamente los animales, sentimos pesar al ver que estaban llenos de garrapatas, incluso hasta en sus genitales, le manifestamos conmovidos la preocupación por la plaga al dueño. Con cierta pena él entra a la casa y saca un trapo empapado con gasolina, limpiando los animales con atención en todos los lugares de su cuerpo donde le indicamos que estaba lleno de garrapatas; aprendimos así que el remedio inmediato para combatir las plagas e infecciones que usan los campesinos es la gasolina.
Carlos nos orientó la otra marcha por encima de El Retiro, nos despedimos y continuamos hacia adelante, por la zona rural y boscosa indicada y percatándonos que ya estaba cayendo la tarde, cuando finalmente como una hora larga después, llegamos al caserío de la Palestina: una inspección de policía en el filo de una cima. Allí preguntamos por el señor Parmenio, quien atendía la verdulería del caserío y quien, al presentarnos, muy amable recordó a don Alfonso y nos indicó que teníamos que tirarnos desde ahí, descendiendo el primer tramo por el camino de la platanera, para ganar territorio en la carretera que iba hasta Jerusalén pero que nosotros tomaríamos solo hasta la antigua hacienda La Samaria.
Debíamos ir hasta la parte baja de la Vereda La Hamaca, luego de pasar por la escuela pública y descender otro tramo similar hasta las últimas casas, donde preguntaríamos por Don Oscar y Lucila su esposa, ellos sabrían del terreno que buscábamos, que había sido de Graciela, como se llamaba la heredera de los Espitia, que era la parte legalmente titulada a Chana y le tocaba a don Alfonso como derecho en esa repartición de la finca de los Espitia. Nos despedimos, no sin notar la sorpresa de Parmenio ante nuestra decisión y continuamos este camino que desde Bogotá ha sido a señas.
Ya era bien entrada la noche cuando llegamos donde el señor Oscar, supimos que era allí pues desde arriba eran las ultimas luces que veíamos, saludamos y nos saludan con sorpresa, del interior se acerca un hombre, no se ve asustado sino con inocencia y curiosidad, nos ofrece dialogo, le decimos que venimos de parte de Parmenio y nos invita seguir abriendo el broche; luego de contarle de dónde venimos y a donde queremos llegar, él nos dice que estaba muy oscuro para que llegáramos hasta allá, ante tal circunstancia le pedimos el favor que nos dejara tender una carpa frente a su casa y amablemente aceptó; después de armar la carpa y estando dentro de ella, afuera apareció un hombre del que apenas se distinguía su silueta, saludó diciendo que se llamaba Miguel, contestamos el saludo abriendo la carpa y sin decir más nos dio unas papayas y se marchó, no las comimos con qué alegría porque veníamos secos, pues todo el día habíamos caminado. Amanecimos y efectivamente don Oscar nos indicó temprano con señas desde su casa, cómo llegar al terreno para descubrirlo, según sus señas se notaba claramente una Franja de bosque que terminaba en la cima de una pendiente suave, porque los terrenos de alrededor estaban peluqueados y sembrados de pasto para alimentar ganado.
Caminando media hora desde la casa de Oscar llegamos al lugar, a orilla de la carretera estaba una entrada dando acceso a un camino entre el bosque, avanzamos por allí en ascenso hasta llegar a la cima, en donde destacaba un muro de piedra centenario marcando claramente un límite, allí y a nuestro lado del terreno, había un bebedero para el ganado, hecho en concreto y que se parecía más bien a una piscina pequña, sobre esta estructura pasaba la manguera que justo allí se podía soltar, así lo hicimos y se disparó un chorro de agua potable a presión, un motivo de alegría más; en un pequeño claro del filo decidimos encender fuego para el almuerzo y en eso pasó un hombre a caballo que saludando se presentó como Diego, el mayordomo de la finca vecina, indicándonos tener cuidado con los incendios, cocinamos una sopa de pastas con verduras, comimos en el lugar, exploramos un rato encontrando como relevante hormigueros grandes y cactus gigantes, en un par de horas dimos media vuelta buscando el regreso.
Eran las 3 de la tarde y llegamos otra vez donde don Oscar, quien nos dijo que no alcanzaríamos el bus de regreso, que la última ruta salía a las 4 de la tarde, que tendríamos que tomar el de las cuatro de la mañana del día lunes siguiente; entonces, en nuestra osadía no estaba ese otro contratiempo y decidimos subir a Palestina caminando nuevamente, le preguntamos por el camino y nos dijo que por supuesto, que había trocha para llegar allá, hasta el cerro pan de azúcar y nos señalaba una piedra al frente en la cima de otra montaña, pero eso es duro, nos decía. Nosotros agarramos la montaña de frente y recuerdo que, al primer paso, Chepe se topó con un nido de abejitas que se le metieron en el pelo y lo sofocaron creyendo que eran avispas. Seguimos caminando y una hora después nos encontramos con una serpiente cascabel en la quebrada los Moyos, nosotros de una manera inadecuada la ofendimos queriendo espantarla de su lugar sin tener por qué y ella se molestó tanto que se enroscó levantando la cabeza en posición de ataque. Finalmente nos sentimos inseguros de pasar tan cerca de ella y tomamos distancia para retomar el camino más adelante. Continuamos y pasando por una cerca entre palmeras de cuesco, haciéndose noche, nos vimos al frente de una casita donde una señora nos hacía señas de bienvenida, resultó ser la mamá de la profesora de la vereda de la Quina, donde don Alfonso había tenido su finca.
Qué bonito recordar que la señora, también ella, nos ofreció habichuelas, pero cocinaditas en leche, qué ricas, traíamos hambre y nos sentimos muy satisfechos y muy alegres de podernos duchar esa noche, minutos después llegó la profesora y también nos dio fuerza y hospitalidad en su casa, nos protegieron y salimos a las 5 de la mañana con el paso ligero de los niños y nos despedimos en el colegio; abordamos la salida a bajar al Retiro y luego otra vez a la Virgen hasta la Mesa, donde llegamos sin un centavo, allí don Alfonso nos prestó para llegar a Bogotá, alegre de ver a su nieta de descubridora en la travesía y su regreso todos entusiasmados.
Don Alfonso Beltrán, fue un hombre antiguo, nacido en el municipio de Beltrán, como colonizador era tan activo con la capacidad hasta de amansar caballos y ser bombero, todo un descubridor de la realidad, quien incólume falleció a sus 93 años, luego de haber legado a su nieta y amigos de travesía, el bosque que nos dispusimos conocer y ahora cuidamos como otra patria de destino. Desde el barrio a la Universidad hasta el bosque.